Tal como escribí en el prólogo a La Gatomaquia de La
Dïéresis, mi edición preferida del poema de Lope de Vega, de las cuatro o cinco
que conozco, es la que publicó el cervantista español Francisco Rodríguez Marín
en 1934, justo a tiempo para conmemorar los trescientos años de la muerte del gran poeta y dramaturgo madrileño.
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Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), al final de su vida. Entre otras muchas cosas, fue director de la Real Academia de la Lengua. Foto: internet. |
Antes que describir nuevamente las virtudes de tan gozosa edición, de la que todavía alcancé a
conseguir un ejemplar (en la red, por cierto, por sólo 20 euros y en perfecto
estado: intonso, intacto), deseo referirme a un detalle que dejé apenas
esbozando en mi texto y que me sigue pareciendo muy chistoso.
Extraordinario comentarista
del poema, entre otras cosas porque sabía de gatos, Rodríguez Marín tropieza
con un pasaje de La Gatomaquia que
hizo también tropezar a uno de conocedores que lo antecedieron en el comentario del poema.
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La Gatomaquia, edición La Dïéresis. Foto: La Dïéresis. |
En su
descripción del jugueteo del gato Marramaquiz con un ratón, Lope dice que, así
como lo dejaba huir de sus garras, volvía a atraparlo (ojo al último verso):
Ya con
veloz corrida
daba
esperanza vana
al mísero
animal; ya le volvía;
ya le
arrojaba en alto,
mojado de
temor, de aliento falto,
y en medio
del camino le cogía,
como quien
tira al vuelo,
diciendo ‘Tente’,
como al agua el hielo.
(Copio a
continuación lo que publiqué en la edición de la Dïéresis:) El significado de
este último verso escapó a los primeros comentaristas: a Quintana, primero, que
intentó entenderlo cambiando “al
agua” por “el agua”, con lo que sólo
consiguió oscurecerlo, y a Rodríguez Marín después, que escribió que no
acertaba a dar con su sentido ni siquiera leyéndolo como había hecho su
antecesor. Y resulta ser una imagen especialmente sorprendente, que comprendió,
antes que yo, quien tuvo en las manos el
ejemplar de la edición de don Francisco con la que trabajo, porque escribió
en el margen de la página donde aparecen esos versos, a lápiz y buena letra, lo
que para Celina Sabor de Cortazar [responsable de la edición del poema de Castalia] ya estaba claro: “Sí, porque, congelada, el
agua se detiene”.
Como se va
viendo, el propósito de este post no es otro que publicar una fotografía de la anotación de aquel lector anónimo que pasó antes que yo por el ejemplar de la Biblioteca Bonifaz Nuño del Instituto de Investigaciones
Filológicas de la UNAM. Aquí otra vez:
Aprovecho
para dar las gracias a mi querido amigo Fernando Rodríguez Guerra, descendiente indudable de las calidades de pensamiento, conocimiento de la poesía clásica y amores felinos de don Francisco, por las facilidades brindadas para la consulta del ejemplar
que custodia la UNAM.
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