Con más
gusto que nunca, en marzo pasado releí el Juan de Mairena de Antonio Machado. Lo
hice, como las veces anteriores, en los dos tomitos que compré en
1984 para la clase de introducción a la filosofía del malhadado Sebastián
Lamoyi (Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un
profesor apócrifo, Losada, Sexta Edición, Buenos Aires, 1977).
Al revés de
como hice antes, he marcado con lápiz los pasajes que me hicieron pasarla en
grande, ya sea reflexionando o riendo, en ocasiones a carcajadas, aprendiendo
siempre. A continuación, un puñado de esos pasajes, para deleite de quienes siguen este blog.
Los temas: la benevolencia, como parte esencial de la crítica; una ocurrente defensa de la ingesta alcohólica;
la metafísica que es propia del poeta, sobre todo en comparación con la del filósofo; la hazaña de la objetividad y el invento y la función de los relojes; la juventud y la vejez; la coexistencia, en todo ser humano, del solipsismo versus la sed
de lo otro; la forma de combatir los excesos de la moda artística; la manera en la
que se pudren las obras que no publicamos; el camino directo de la expresión de
la poesía; el gabán que usaba Mairena.
Juan de Mairena (trece fragmentos)
Por Antonio Machado
Si alguna
vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no
quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad
del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el milagro de la
belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda. La
crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es frecuente en España,
y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca ni lo desea. (Tomo I,
página 23.)
Fama de borracho
Mi maestro
tenía fama de borracho porque, en ocasiones muy solemnes de su vida –el día de
sus esponsales, al recibirse de doctor, en algún ejercicio de oposiciones a
cátedras, etc.–, reforzaba su moral, como él decía, o amenguaba la conciencia
de su responsabilidad, con frecuentes libaciones. Las gentes se decían: “Este
hombre, que diserta sobre Metafísica oliendo a aguardiente de un modo
escandaloso, ¿cómo estará cuando no tenga que disertar sobre nada?” Y la verdad
era que mi maestro no tenía trato con el alcohol más que en aquellas solemnes
ocasiones. Nada intentó mi maestro, sin embargo, para deshacer esta mala
opinión, y ello por muchos motivos que a él le parecían otras tantas razones.
Primero: porque el alcohol –decía él– forma parte de mi leyenda, y sin leyenda
no se pasa a la historia. Segundo: porque conviene que los eruditos del
porvenir tengan algo que averiguar que no sea meramente literario. Tercero: por
gratitud al alcohol, merced al cual he salido con bien de algunas situaciones
difíciles. Cuarto: por respeto y simpatía a gentes nada abstemias que se
enorgullecen de contarme entre los húmedos. Quinto: porque mi sequedad no es tan
absoluta que pueda jactarme de ella. Sexto: porque, en último término, añade
muy poco a la virtud la carencia de vicios.
Y mi
maestro seguía enumerando razones, que tanto es la sinrazón fecunda en ellas.
De otras, demasiado sutiles, hablaremos mañana. (Tomo I, páginas 129-130.)
Metafísica para andar por casa
Pero el poeta debe apartarse respetuosamente ante el filósofo, hombre de pura
reflexión, al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes
problemas del pensamiento. El poeta tiene su metafísica para andar por casa,
quiero decir el poema inevitable de sus creencias últimas; todo él de raíces y
de asombros. El ser poético –on poietikós– no le plantea problema
alguno; él se revela o se vela; pero allí donde aparece, es. ¿Qué es? ¿Quién la
hizo? ¿Cómo se hizo? ¿Cuándo se hizo? ¿Para qué se hizo? Y todo un diluvio de
preguntas que arrecia con los años y que se origina no sólo en su intelecto –el
del poeta– sino también en su corazón. Porque la nada es, como se ha dicho,
motivo de angustia. Pero para el poeta, además y antes que otra cosa, causa de
admiración y de extrañeza. (Tomo I, página 141.)
Hazaña de gigantes
Hazaña de gigantes
… la objetividad, en cualquier sentido que se tome, es el milagro que obra el
espíritu humano, y que, aunque de ella gocemos todos, el tomarla en vilo para dejarla
en un lienzo o en una piedra es siempre hazaña de gigantes. (Tomo I, página 147.)
Relojes
Relojes
Sí; el hombre es el animal que usa relojes. Mi maestro paró el suyo –uno
de plata que llevaba siempre consigo–, poco antes de morir, convencido de que
en la vida eterna a que aspiraba no había de servirle de mucho, y en la Nada,
donde acaso iba a sumergirse, de mucho menos todavía. Convencido
también –y esto era lo que más le entristecía– de que el hombre no hubiera
inventado el reloj si no creyera en la muerte. (Tomo II, página 9.)
Papeles que reparte la vida
Porque en
mucho viejo que se tiñe las canas abunda el joven a quien se puso la peluca
antes de tiempo. Y es que la juventud y la vejez son a veces papeles que
reparte la vida y que no siempre coinciden con nuestra vocación. (Tomo II,
página 18.)
No se dialoga porque nadie pregunta
Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por
qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea
para responderse así mismo. Todos queremos estar de vuelta, sin haber ido a
ninguna parte. (Tomo II, página 18.)
Relojes, 2
Nuestros relojes nada tienen que ver con nuestro tiempo, realidad última de
carácter psíquico, que tampoco se cuenta ni se mide. (Tomo II, página 21.)
Nostalgia de lo otro
El hombre es el único animal que quiere salvarse, sin confiar para ello en el
curso de la naturaleza. Todas las potencias de su espíritu tienden a ello, se
enderezan a este fin. El hombre quiere ser otro. He aquí lo específicamente
humano. Aunque su propia lógica y natural sofística lo encierren en la más
estrecha concepción solipsística, su mónada solitaria no es nunca pensada como
autosuficiente, sino como nostálgica de lo otro, paciente de una incurable
alteridad. (Tomo II, página 28.)
El gabán de Mairena
Juan de
Mairena usaba en los días más crudos del invierno un gabán bastante ramplón,
que solía llamar la venganza catalana, porque era de esa tela,
fabricada en Cataluña, que pesa mucho y abriga poco. La especialidad de este
abrigo –decía Mairena a sus alumnos– consiste en que, cuando alguna vez se le
cepilla para quitarle el polvo, le sale más polvo del que se le quita, ya
porque sea su paño naturalmente ávido de materias terrosas y las haya absorbido
en demasía, ya porque estas se encuentren originariamente complicadas con el
tejido. Acaso también porque no sea yo ningún maestro en el manejo del cepillo.
Lo cierto es que yo he meditado mucho sobre el problema de la conservación y
aseo de este gabán y de otros semejantes, hasta imaginar una máquina extractora
de polvo, mixta de cepillo y cantárida, que aplicar a los paños. Mi aparato
fracasó lamentablemente por lo que suelen fracasar los inventos para remediar
las cosas decididamente mal hechas: porque la adquisición de otras de mejor
calidad es siempre de menor coste que los tales inventos. Además –todo hay que
decirlo– mi aparato extractor extraía, en efecto, el polvo de la tela; pero la
destruía al mismo tiempo, la hacía –literalmente–
polvo.
Pero voy a
lo que iba, señores. Con este gabán que uso y padezco alegorizo yo algo de lo
que llamamos cultura, que a muchos pesa más que abriga y que, no obstante,
celosamente quisiéramos defender de quienes, porque andan a cuerpo de ella,
pensamos que pretenden arrebatárnosla. ¡Bah! Por mi parte, en cuanto poseedor
de semejante indumento, no temo el atraco que me despoje de él, ni pienso que
nadie me dispute el privilegio de usarlo hasta el fin de mis días. (Tomo II,
página 31.)
Para combatir los excesos de la moda
Sed hombres de mal gusto. Yo os aconsejo el mal gusto, para combatir los
excesos de la moda. Porque siempre es de mal gusto lo que no se lleva en una
época determinada. Y en ello encontraréis a veces lo que debiera llevarse. (Tomo
II, página 44.)
Lo inédito
Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y
decir a nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya
es la infracción de una norma natural y un pecado contra la naturaleza de
nuestro espíritu. Pero si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un
pensamiento hablado. Y nunca guardéis lo escrito. Porque lo inédito es como un
pecado que no se confiesa y se nos pudre en el alma, y toda ella la contamina y
corrompe. Os libre Dios del maleficio de lo inédito. (Tomo II, página 48.)
El lenguaje de todos
Sabed que en poesía –sobre todo en poesía– no hay giro o rodeo que no sea una
afanosa búsqueda del atajo, de una expresión directa; que los tropos, cuando
superfluos, ni aclaran ni decoran, sino complican y enturbian; y que las más
certeras alusiones al humano se hicieron siempre en el lenguaje de todos. (Tomo
II, página 48.)
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El
célebre retrato de Machado es del fotógrafo Alfonso; fue hecho el 8 de mayo
de 1934, en el café de las Salesas de Madrid.
Salvo la que abre esta entrega de Siglo en la brisa, las imágenes de las portadas de las más diversas ediciones de Juan de Mairena que ilustran este post, proceden de internet.
Salvo la que abre esta entrega de Siglo en la brisa, las imágenes de las portadas de las más diversas ediciones de Juan de Mairena que ilustran este post, proceden de internet.
Más sobre Antonio Machado en este blog:
Machado en
el recuerdo de Moreno Villa, http://bit.ly/232fwLo
La rima según Antonio Machado, http://bit.ly/1U6LTWV
La rima según Antonio Machado, http://bit.ly/1U6LTWV
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