domingo, 3 de febrero de 2013

Bernal Díaz del Castillo según Mario González


El mismo día que me contó que estaba leyendo la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, en el momento en que vi brillar en sus ojos la chispa de la fascinación, le pedí al escritor Mario González Suárez que escogiera cinco fragmentos del portentoso libro de Bernal Díaz del Castillo para publicar en mi blogEntiendo sus prevenciones respecto a la dificultad de señalar unos pasajes en detrimento de otros, más cuando he visto la edición en la que lo leyó, llena de subrayados a lápiz. 
Al final, Mario ha elegido los episodios en que se habla de la antigua presencia de gigantes en estas tierras, confirmada por un hueso mayor que la estatura del propio cronista; la descripción física de Moctezuma; una de las menciones de la antropofagia (tema que, junto con el de los códices prehispánicos, más ha despertado la fascinación de mi amigo); el negro que trajo la viruela que causó una gran mortandad entre los indios y la alusión al escandaloso silencio que siguió al momento la derrota mexica. Mario González Suárez ha escrito una espléndida presentación, llena de sugerencias y matices, que hace superfluo cualquier comentario más.


Poco va en saber sus nombres
Por Mario González Suárez
Un feliz extravío en una librería de viejo del centro me orilló a leer la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Me llamaron la atención los dos volúmenes en que la editó la Biblioteca Porrúa. Andaba yo buscando un libro de un autor uruguayo y me encontré la obra de Bernal ahí mismo en la sección de novelas. Mi amigo el librero respondió a mi pregunta “pues ahí va, con los latinoamericanos”.
Luego reconocí que sí, que Bernal Díaz del Castillo es el natural patrono de la literatura en América. Muchos de los lectores probos de su libro han dicho que Bernal era un mentiroso, y eso me parece también una prueba de que la escritura de Bernal está electrizada por la tierra, así empezó a comportarse el español cuando hizo contacto con nosotros, y parece que ese primer choque lo tomó desprevenido. No porque Bernal haya sido un soldado podemos decir que no era hombre de letras. Con esa su lengua española empezó a nombrar todo lo de aquí. Para nada se me ocurre que haya habido en su idioma alguna inferioridad, más bien aquí se nota cuánto pesan las ideas que tácitamente expresa cada lengua.
Lo que más me seduce de su prosa es la displicencia con que escucha y reproduce los nombres de las cosas y las personas de México. Uichilobos, Tatelulco, Cuedlabaca nos dan una idea. Quizá no es sólo displicencia, jamás menciona, por ejemplo, el nombre del señor de Tlacopan que anduvo con Guatemuz y convivió con la tropa hasta que Cortés dijo que los mataran. Tampoco sabe el del cacique tlaxcalteca que era su aliado, “que no le sé el nombre”, dice. Y en general sostiene Bernal acerca de los capitanes de Montezuma y los lugares de aquí “que poco va en saber sus nombres”. Más bien muestra una urgencia por bautizarlo todo, en un pase de magia busca tornar inofensivas las realidades de esta tierra apellidándolas en cristiano, basta ver cómo en un giro propio de la picaresca al señor de Tezcuco, Cortés y su gente lo nombran don Hernando Cortés, doña Marina tenía otro nombre, y así.
Algunos han dicho que es una novela de caballería pero a mí me parece una novela de aventuras que ha sobrevivido como una premonición de lo que luego ya formalmente se llamó la narrativa latinoamericana, con sus vicios y querencias, realismos decimonónicos, mágicos y revolucionarios. Por ejemplo, resulta que el capitán Cortés tenía un doble en México, un indio idéntico a él, y en Pedro de Alvarado los culúas vieron la encarnación del dios del sol, Tonatío escribe Bernal. El pasaje de Cortés haciéndole trampa a Montezuma en el juego del totoloque, así como le escamotea la paga a su ejército o la facundia con que viola el palacio de Axayaca, hacen de este héroe histórico un personaje literario. Y no hay que olvidar que la ingente desgracia que cuenta esta epopeya parecía plenamente justificada por las profecías de los caídos acerca del regreso de Quetzalcóatl.
Sin embargo, debo agradecer que mi mayor descubrimiento vino de la continua mención de los libros de los indios. ¿Dónde quedaron? ¡Cómo me gustaría ver, más que un original de cualquier Evangelio, el retrato que un cacique de Veracruz “mandó pintar al natural la cara y rostro y cuerpo y facciones de Cortés, y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas, y caballos, y a doña Marina y Aguilar, y hasta los lebreles, y tiros y pelotas, y todo el ejército que traíamos, y los llevó a su señor” Montezuma!
Bernal menciona que en el mercado de Tatelulco vendían papel amate, que se usaba regularmente para escribir. Habla de una nutrida correspondencia entre el rey y sus embajadores acerca del avance de los teúles; Montezuma recibió informes de la llegada de extraños a las costas de Yucatán desde antes de la expedición de Francisco Hernández de Córdoba. Consta que la burocracia azteca llevaba por escrito el registro de los tributos y los asuntos judiciales. Bernal dice que ha visto también pinturas en henequén. Y en más de un templo de los que iban quemando encontró “muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla”.
La historia del libro de Bernal me ha llevado a preguntarme cuál es su contrapunto entre los indios. Habría que ver un manuscrito autógrafo de Nezahualcóyotl para estar seguros de que no escribió en español. No pienso ni en visiones de vencidos ni en las confesiones de los indios escuchadas por el padre Sahagún. 
Se perdió o escondieron casi todo lo que habían escrito los indios. Son poquísimos los libros considerados verdaderamente prehispánicos, como el Códice Borgia; se acepta que en principio lo son aquellos cuyos escritores jamás conocieron el alfabeto que trajeron los conquistadores. Están escritos con unas imágenes que no han conseguido decodificarse sino muy poco. Quedaron reservados a los especialistas. Se ha difundido que un contenido valiosísimo de ciertos libros es que son tonalpohuallis, calendarios adivinatorios; el caso es que si estos códices son un oráculo nadie ha podido decir cómo se usan, qué cuentan, desde dónde. Como una piedra sagrada que se ha tenido bajo llave.
Sabemos que esta escritura se enseñaba en escuelas especializadas, se enseñaba a escribir la religión y la filosofía y el mito y la historia, que eran una sola cosa. ¿Con tales antecedentes estaremos a un paso de afirmar que había una literatura en América? Podríamos lamentar de los expertos en el tema cierta timidez al respecto, entre otras cosas, porque los americanos no tenían alfabeto, argumentan. Supongo que la escritura de palabras que impusieron los frailes tuvo que haber fascinado a los tlacuilos, y así se perdió también la habilidad de leer en imágenes, de dibujar un pensamiento que se correspondía con las imágenes de lo que durante cuatro Soles vinieron viendo los antepasados de los mexicas.

Cinco pasajes de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

LXXVIII [Gigantes]
Y como nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de antes de todo lo que decían aquellos caciques [tlaxcaltecas], estorbó la plática y metióles en otra más honda, y fue qué cómo habían ellos venido a poblar aquella tierra, y de qué parte vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos, siendo unas tierras tan cerca de otras. 
Y dijeron que le habían dichos sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras que los mataron peleando con ellos, y otros que de ellos quedaban se murieron. Y para que viésemos qué tamaños y altos cuerpos tenían trajeron un hueso o zancarrón de uno de ellos, y eran muy grueso, el altor tamaño como un hombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera. Yo me medí con él y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo. Y trajeron otros pedazos de huesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra.

XCI [Montezuma]
Era el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años y de buena estatura y bien proporcionado, y cenceño, y pocas carnes, y el color ni muy moreno, sino propio color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas y bien puestas y ralas, y el rostro algo largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor y cuando era menester gravedad; era muy pulido y limpio; bañábase cada día una vez, a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente que no lo alcanzaban a saber sino alguno de los que le servían. Era muy limpio de sodomías.

XCII [Antropofagia]
…y un poco apartado del gran cu [de Tatelulco] estaba otra torrecilla que también era casa de ídolos o puro infierno, porque tenía la boca de la una puerta una muy espantable boca de las que pintan que dicen que están en los infiernos con la boca abierta y grandes colmillos para tragar las ánimas; y así mismo estaban unos bultos de diablos y cuerpos de sierpes junto a la puerta, y tenían un poco apartado un sacrificadero, y todo ello muy ensangrentado y negro de humo y costras de sangre, y tenían muchas ollas grandes y cántaros y tinajas dentro de la casa llenas de agua, que era allí donde cocinaban la carne de los tristes indios que sacrificaban y que comían los papas, porque también tenían cabe el sacrificadero muchos navajones y unos tajos de madera, como en los que cortan en las carnicerías…

CXXIV [Viruela]
Y volvamos ahora a Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra de ellas, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la ventura de Narváez, y más negra la muerte de tanta gente sin ser cristianos.

CLVI [Caída de Tenochtitlan]
Prendióse a Guatemuz y sus capitanes en trece de agosto, a hora de vísperas, en día de Señor San Hipólito, año de mil quinientos veintiún años. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen Santa María. Amén. Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta media noche mucho más agua que otras veces. Y después que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañesen muchas campanas.

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La fotografía de la lápida con el nombre de Bernal Díaz del Castillo la hice yo mismo en la ciudad de Antigua, Guatemala, en octubre del año pasado. Los retratos de Mario son míos: el primero lo hice en Tlalpan en junio de 2012; el segundo, que puede verse abajo de estas líneas, en Avándaro, el pasado diciembre. El resto de las imágenes que ilustran este post han sido tomadas de internet; algunas pertenecen a diversos códices como el Telleriano-Remensis, el Borgia, el Laud y el Florentino. La pieza que ilustra el fragmento titulado "antropofagia" se llama precisamente de ese modo y es de la fantástica pintora brasileña Tarsila do Amaral.

Más sobre Mario González Suárez en este blog:
Su trabajo como fotógrafo, http://bit.ly/111Qa30
Amparo Dávila en la Escuela Mexicana de Escritores, la escuela que dirige, http://bit.ly/111PKJS
Las fotos que reveló para mí, http://bit.ly/Y5nRw6

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