Al final, Mario ha elegido los episodios en que se habla de la antigua presencia de gigantes en estas tierras, confirmada por un hueso mayor que la estatura del propio cronista; la descripción física de Moctezuma; una de las menciones de la antropofagia (tema que, junto con el de los códices prehispánicos, más ha despertado la fascinación de mi amigo); el negro que trajo la viruela que causó una gran mortandad entre los indios y la alusión al escandaloso silencio que siguió al momento la derrota mexica. Mario González Suárez ha escrito una espléndida presentación, llena de sugerencias y matices, que hace superfluo cualquier comentario más.
Poco va en saber sus nombres
Por Mario González Suárez
Un feliz
extravío en una librería de viejo del centro me orilló a leer la Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España. Me llamaron la atención los dos volúmenes en que la editó la
Biblioteca Porrúa. Andaba yo buscando un libro de un autor uruguayo y me
encontré la obra de Bernal ahí mismo en la sección de novelas. Mi amigo el
librero respondió a mi pregunta “pues ahí va, con los latinoamericanos”.
Luego
reconocí que sí, que Bernal Díaz del Castillo es el natural patrono de la
literatura en América. Muchos de los lectores probos de su libro han dicho que
Bernal era un mentiroso, y eso me parece también una prueba de que la escritura
de Bernal está electrizada por la tierra, así empezó a comportarse el español
cuando hizo contacto con nosotros, y parece que ese primer choque lo tomó
desprevenido. No porque Bernal haya sido un soldado podemos decir que no era
hombre de letras. Con esa su lengua española empezó a nombrar todo lo de aquí.
Para nada se me ocurre que haya habido en su idioma alguna inferioridad, más
bien aquí se nota cuánto pesan las ideas que tácitamente expresa cada lengua.
Lo que más
me seduce de su prosa es la displicencia con que escucha y reproduce los
nombres de las cosas y las personas de México. Uichilobos, Tatelulco,
Cuedlabaca nos dan una idea. Quizá no es sólo displicencia, jamás menciona, por
ejemplo, el nombre del señor de Tlacopan que anduvo con Guatemuz y convivió con
la tropa hasta que Cortés dijo que los mataran. Tampoco sabe el del cacique
tlaxcalteca que era su aliado, “que no le sé el nombre”, dice. Y en general
sostiene Bernal acerca de los capitanes de Montezuma y los lugares de aquí “que
poco va en saber sus nombres”. Más bien muestra una urgencia por bautizarlo
todo, en un pase de magia busca tornar inofensivas las realidades de esta
tierra apellidándolas en cristiano, basta ver cómo en un giro propio de la
picaresca al señor de Tezcuco, Cortés y su gente lo nombran don Hernando
Cortés, doña Marina tenía otro nombre, y así.
Algunos han
dicho que es una novela de caballería pero a mí me parece una novela de
aventuras que ha sobrevivido como una premonición de lo que luego ya
formalmente se llamó la narrativa latinoamericana, con sus vicios y querencias,
realismos decimonónicos, mágicos y revolucionarios. Por ejemplo, resulta que el
capitán Cortés tenía un doble en México, un indio idéntico a él, y en Pedro de
Alvarado los culúas vieron la encarnación del dios del sol, Tonatío escribe
Bernal. El pasaje de Cortés haciéndole trampa a Montezuma en el juego del
totoloque, así como le escamotea la paga a su ejército o la facundia con que
viola el palacio de Axayaca, hacen de este héroe histórico un personaje
literario. Y no hay que olvidar que la ingente desgracia que cuenta esta
epopeya parecía plenamente justificada por las profecías de los caídos acerca
del regreso de Quetzalcóatl.
Bernal
menciona que en el mercado de Tatelulco vendían papel amate, que se usaba
regularmente para escribir. Habla de una nutrida correspondencia entre el rey y
sus embajadores acerca del avance de los teúles; Montezuma recibió informes de
la llegada de extraños a las costas de Yucatán desde antes de la expedición de
Francisco Hernández de Córdoba. Consta que la burocracia azteca llevaba por
escrito el registro de los tributos y los asuntos judiciales. Bernal dice que
ha visto también pinturas en henequén. Y en más de un templo de los que iban
quemando encontró “muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera
de paños de Castilla”.
La historia
del libro de Bernal me ha llevado a preguntarme cuál es su contrapunto entre
los indios. Habría que ver un manuscrito autógrafo de Nezahualcóyotl para estar
seguros de que no escribió en español. No pienso ni en visiones de vencidos ni
en las confesiones de los indios escuchadas por el padre Sahagún.
Se perdió o
escondieron casi todo lo que habían escrito los indios. Son poquísimos los
libros considerados verdaderamente prehispánicos, como el Códice Borgia; se
acepta que en principio lo son aquellos cuyos escritores jamás conocieron el
alfabeto que trajeron los conquistadores. Están escritos con unas imágenes que
no han conseguido decodificarse sino muy poco. Quedaron reservados a los
especialistas. Se ha difundido que un contenido valiosísimo de ciertos libros
es que son tonalpohuallis, calendarios adivinatorios; el caso es que si estos
códices son un oráculo nadie ha podido decir cómo se usan, qué cuentan, desde
dónde. Como una piedra sagrada que se ha tenido bajo llave.
Sabemos que
esta escritura se enseñaba en escuelas especializadas, se enseñaba a escribir
la religión y la filosofía y el mito y la historia, que eran una sola cosa.
¿Con tales antecedentes estaremos a un paso de afirmar que había una literatura
en América? Podríamos lamentar de los expertos en el tema cierta timidez al
respecto, entre otras cosas, porque los americanos no tenían alfabeto,
argumentan. Supongo que la escritura de palabras que impusieron los frailes
tuvo que haber fascinado a los tlacuilos, y así se perdió también la habilidad
de leer en imágenes, de dibujar un pensamiento que se correspondía con las
imágenes de lo que durante cuatro Soles vinieron viendo los antepasados de los
mexicas.
LXXVIII [Gigantes]
Y como
nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de antes de todo lo
que decían aquellos caciques [tlaxcaltecas], estorbó la plática y metióles en
otra más honda, y fue qué cómo habían ellos venido a poblar aquella tierra, y
de qué parte vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos,
siendo unas tierras tan cerca de otras.
Y dijeron que le habían dichos sus
antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados
hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy
malos y de malas maneras que los mataron peleando con ellos, y otros que de
ellos quedaban se murieron. Y para que viésemos qué tamaños y altos cuerpos
tenían trajeron un hueso o zancarrón de uno de ellos, y eran muy grueso, el
altor tamaño como un hombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde
la rodilla hasta la cadera. Yo me medí con él y tenía tan gran altor como yo,
puesto que soy de razonable cuerpo. Y trajeron otros pedazos de huesos como el
primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos
espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido
gigantes en esta tierra.
XCI [Montezuma]
Era el gran
Montezuma de edad de hasta cuarenta años y de buena estatura y bien
proporcionado, y cenceño, y pocas carnes, y el color ni muy moreno, sino propio
color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le
cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas y bien puestas y ralas, y el rostro
algo largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en
el mirar, por un cabo amor y cuando era menester gravedad; era muy pulido y
limpio; bañábase cada día una vez, a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas,
hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas
mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente que no lo alcanzaban a
saber sino alguno de los que le servían. Era muy limpio de sodomías.
…y un poco
apartado del gran cu [de Tatelulco] estaba otra torrecilla que también era casa
de ídolos o puro infierno, porque tenía la boca de la una puerta una muy
espantable boca de las que pintan que dicen que están en los infiernos con la
boca abierta y grandes colmillos para tragar las ánimas; y así mismo estaban
unos bultos de diablos y cuerpos de sierpes junto a la puerta, y tenían un poco
apartado un sacrificadero, y todo ello muy ensangrentado y negro de humo y
costras de sangre, y tenían muchas ollas grandes y cántaros y tinajas dentro de
la casa llenas de agua, que era allí donde cocinaban la carne de los tristes
indios que sacrificaban y que comían los papas, porque también tenían cabe el
sacrificadero muchos navajones y unos tajos de madera, como en los que cortan
en las carnicerías…
CXXIV [Viruela]
Y volvamos
ahora a Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que harto negro fue
para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra de
ellas, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal
enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta
causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la ventura de
Narváez, y más negra la muerte de tanta gente sin ser cristianos.
Prendióse a
Guatemuz y sus capitanes en trece de agosto, a hora de vísperas, en día de
Señor San Hipólito, año de mil quinientos veintiún años. Gracias a Nuestro
Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen Santa María. Amén. Llovió y
relampagueó y tronó aquella tarde y hasta media noche mucho más agua que otras
veces. Y después que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los
soldados como si de antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañesen
muchas campanas.
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La fotografía de la lápida con el nombre de Bernal Díaz del Castillo la hice yo mismo en la
ciudad de Antigua, Guatemala, en octubre del año pasado. Los retratos de Mario son míos: el primero lo hice en Tlalpan en junio de 2012; el segundo, que puede verse abajo de estas líneas, en Avándaro, el pasado diciembre. El resto de las
imágenes que ilustran este post han
sido tomadas de internet; algunas pertenecen a diversos códices como el Telleriano-Remensis, el Borgia, el Laud y el Florentino. La pieza que ilustra el fragmento titulado "antropofagia" se llama precisamente de ese modo y es de la fantástica pintora brasileña Tarsila do Amaral.
Más sobre
Mario González Suárez en este blog:
Su trabajo como fotógrafo, http://bit.ly/111Qa30
Amparo Dávila en la Escuela Mexicana de Escritores, la
escuela que dirige, http://bit.ly/111PKJS
Las fotos que reveló para mí, http://bit.ly/Y5nRw6
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