En
2010, por generosa mediación de mi amigo Gonzalo Celorio, fui invitado a
participar en el Festival de la Palabra de la Universidad de Alcalá de Henares.
La invitación consistía en vivir un mes en el Colegio Mayor de San Ildefonso, el edificio histórico de la institución, y servirse de la biblioteca y demás instalaciones del campus
universitario para trabajar en un proyecto literario en marcha. Yo me ocupaba
entonces de la versión final de lo que acabó llamándose Oriundos, proyecto que concluí sólo unos meses más tarde, aquel
mismo año.
Oriundos (Cataria, 2018). |
Por circunstancias que no vienen al caso, el libro, aunque fue terminado en 2010, no vio la luz sino apenas
hace unas semanas, esto es ocho años después de la experiencia
alcalaína.
No
todo fue trabajo en nuestros proyectos literarios: los escritores en residencia (la dramaturga mexicana Brenda Escobedo,
el novelista colombiano Andrés Felipe Solano, la periodista argentina Leila Guerriero y yo) participamos también en un
par de mesas redondas presentadas y moderadas siempre
por Celorio, una de ellas sobre música y literatura en el viejo edificio de
Caracciolos de la Universidad misma, sede de la Facultad de Filosofía y Letras,
y la otra sobre narrativa unos días más tarde en la Casa de América de Madrid, en el antiguo
Palacio de Linares de la capital española.
Por si fuera poco, ya que el Festival
de la Palabra fue fundado con la intención de acompañar y animar la
conversación literaria por los días mismos en que se hace entrega del Premio
Cervantes, asistimos a la solemne ceremonia de aquel año, en el Paraninfo de la
Universidad, cuando los Reyes de España se lo dieron a José Emilio Pacheco.
Fachada del Colegio Mayor de San Ildefonso. Hauser y Menet, 1891. Fuente: Wikipedia. |
Nadie
que sea mínimamente sensible puede dejar de advertir la belleza del portentoso conjunto
arquitectónico del viejo Colegio Mayor de San Ildefonso, fundado por el
Cardenal Cisneros en 1499, en cuya residencia tuvimos mis compañeros escritores
y yo una habitación individual asignada para esas cuatro semanas.
Planta de la "manzana cisneriana" con los tres patios. Imagen: José Luis de la Quintana. Archivo Universitario. |
Actualmente los tres hermosos
patios que lo componen desarrollan una interesante secuencia
espacial, debida a diversos intereses y momentos históricos. El segundo de
ellos, el llamado Patio de los Filósofos, es desde luego menos grandioso que el
primero, el Patio de Santo Tomás de Villanueva, y menos bello y misterioso que
el último, el Patio Trilingüe, pero tiene lo suyo. Al parecer se llama Patio de
los Filósofos o De Continuos porque ahí estaban las aulas de Filosofía y más
tarde estuvieron los cuartos de los criados, por lo visto llamados de ese modo,
“continuos”.
Según leo, es el patio que más ha sufrido con el paso del tiempo,
entre otras razones porque al principio, en los remotos años fundacionales, estuvo
atravesado por un camino de servidumbre y fue restaurado luego en diversas
ocasiones a lo largo de dos siglos.
El Patio de los Filósofos del Colegio Mayor de San Ildefonso Foto: Wikipedia |
Colegio Mayor de San Ildefonso. Vista aérea en la que pueden distinguirse, uno tras otro, los tres patios. El segundo es el de los Filósofos. Foto: Universidad de Alcalá de Henares |
El Tío Aquilino. Archivo de FF. |
Precisamente para consultar ese archivo había estado yo anteriormente una sola
vez en la ciudad cervantina, a principios de siglo, cuando fui a solicitar el
expediente de mi bisabuelo Aquilino Fernández Berridi, humilde labrador de las
montañas de Cabrales que un día, de regreso de un viaje fugaz por América, decidió
estudiar por correo para hacerse maestro de escuela y se convirtió en poeta autodidacta. El Tío
Aquilino, como se le recuerda cariñosamente a más de medio siglo de su muerte en la comarca cabraliega, fue una figura determinante en la vida de los cuatro personajes principales de Oriundos.
Vista de páginas interiores de Oriundos con la tarjeta incluida en la edición (Cataria, 2018). En el centro de la foto está el maestro del pueblo, el Tío Aquilino. |
Pero
el Patio de los Filósofos tiene algo más, algo que apenas tienen los otros:
árboles. Y gracias a ellos, pájaros. En las mañanas, primero, y luego en las
tardes, los pájaros llenaban con sus cantos el bellísimo paraje, y era un
placer sentarse al fresco de sus árboles a escucharlos dialogar con deliciosa
animación. En una ocasión bajé oportunamente al patio y me acomodé en una de
las bancas para presenciar el espectáculo sonoro de las aves asistiendo,
alborozadas y revueltas, a la caída de la tarde. Me cuidé de llevar conmigo una
grabadora, lo cual me permite ahora, más de ocho años después, volver a
escuchar con fidelidad una de aquellas sesiones de relajada audición en el
mismo lugar donde se celebra la entrega anual del máximo reconocimiento de las
letras españolas. La grabación que comparto con este post es del 27 de abril de 2010. Ignoro si son las mismas aves que
escucharon, en ese mismo exacto sitio, algunos viejos y entrañables amigos, como
Lope de Vega o Francisco de Quevedo, pero nada me impide pensar que eso es así.
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Tomo la foto que abre este post de la página en línea de la Universidad de Alcalá de Henares; la que acompaña la imagen de la grabación es de Francisco García Hervías y la tomo prestrada de su cuenta en Flickr.
Aquí texto que leí en abril de 2010 en la Casa de América de Madrid, https://bit.ly/2H3cK79
Aquí texto que leí en abril de 2010 en la Casa de América de Madrid, https://bit.ly/2H3cK79
Más pájaros en este blog:
El maestro de ética, https://bit.ly/2NMSLK8
Visita sabatina, https://bit.ly/2Hgchh2
Paloma y no, https://bit.ly/2HiiCZq
Un pájaro que canta como si dijera José María, https://bit.ly/2XABEQm
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La flamante edición, https://bit.ly/2ES60qb
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