Abro un cuaderno, como siempre buscando otra
cosa, y me salta a las manos el recibo de la cafetería de Marrakech en donde
conversé con Juan Goytisolo el lunes 24 de octubre de 2016, unos meses antes de
su muerte. El restaurante se llama Les Premices; aquella mañana, el
escritor español me había explicado, para que se me grabara bien
en la memoria, que ese nombre significa "las primicias".
Café Les Premices de Marrakech Foto: internet |
El recibo ha empezado a borrarse porque fue
impreso en ese papel innoble que a los viejos nos recuerda aquel en que se
hacían las primeras fotocopias, y que los que son más viejos que nosotros
llamaban copias xerox (un gesto aquí de sentimiento conmovido). Tomo la
decisión de hacerle una foto para conservar su imagen, al menos un poco más
que lo que lo se conservará el documento.
Como se verá, ampara una botella de agua y un
café, que fue lo que tomamos, en ese orden, mi amiga Lola García Zapico, que me acompañaba aquel día, y yo. A
lo que recuerdo, Huan (con la hache levemente aspirada), como llamaba todo el mundo a Goytisolo en la ciudad en
la que pasó el resto de su vida, jamás tocó el vaso de agua que tenía delante,
y creo que tampoco bebió nada su acompañante, el hombre corpulento que nos había abierto la puerta aquel mismo día, quien se mantuvo en un cerrado silencio durante la hora que duró el encuentro.
Plaza de Jemaa El Fna, de Marrakech, donde está el Café Les Premices. Foto: FF |
Cuando llegamos, un par de minutos tarde porque nos entretuvimos buscando una papelería para comprar un cuaderno, allí estaban ya ellos dos, acodados la mesa, Goytisolo
en la silla de ruedas que ya nunca abandonó en los meses que le quedaban, y su acompañante, sentado a su lado.
Cuando acabó la charla, éste se apresuró a pagar los 25 dirhams de la
cuenta, en la que estaba sólo lo que nosotros tomamos; por más que dije e hice, no
hubo manera de que pagara yo.
Con Goytisolo, al final de nuestro encuentro. Foto de Lola García Zapico |
No leí lo que se escribió a la muerte de Goytisolo: los apremios
económicos, el supuesto proyecto de suicidio, la crítica a lo que algunos rigurosos y descontentos juzgaron como
inconsistencias éticas. Vi por encima toda
aquella información y decidí pasar de largo; los titulares me dejaron apreciar, eso
sí, algo de lo que vi con mis propios ojos: a quien yo conocí, siquiera durante una hora
(larga, sí, intensa y memorable, pero apenas una hora de escasos sesenta minutos), era
un hombre profundamente ensimismado y entristecido. Vi brillar en sus ojos la chispa de una
emoción mitigada cuando hablamos de literatura medieval. Es todo. Ah, y por supuesto
también cuando hablamos de México, como un lugar grato y benéfico para él.
No disfruté el café; lo pedí negro y me lo
trajeron con leche. Además, tuve que hacer verdaderos esfuerzos por escuchar lo que decía, en voz baja, sin energía, el viejo Huan, y por pasarlo a continuación al cuaderno recién adquirido de la manera más fidedigna posible. Hace unas semanas me referí, en este mismo espacio, al relato “El Aleph”. ¿Quién olvida que en el primer párrafo del famoso
texto el narrador dice que el mundo empezará a cambiar, al
advertir el cambio de un anuncio de cigarros en una plaza pública? Todo irá
cambiando, dice Borges, que se promete que eso no le ocurrirá con el recuerdo de
Beatriz. Esta mañana, al saltarme a las manos el recibo de aquel café de
Marrakech y ver el documento que sirve de prueba de aquel café y aquella botella de agua que nos invitó Goytisolo, tuve
el impulso de correr a fotografiarlo como una manera de salvar siquiera unos
días del olvido este papelajo sin importancia que forma parte de aquel
día inolvidable que se fue.
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Más sobre Juan Goytisolo en este blog:
Tras su huella en Marrakech (crónica), http://bit.ly/2jipjeP
Imágenes de la ciudad roja (fotos), http://bit.ly/2j6SH8x
El exilio según Juan Goytisolo, http://bit.ly/2wUSMFT
Mi entrevista, http://bit.ly/2jWYxMu
La lengua de La Celestina, a
escena, http://bit.ly/2pjD0RK
El exilio según Juan Goytisolo, http://bit.ly/2wUSMFT
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