Al poco de volver a Marrakech,
donde entrevisté a Juan Goytisolo sobre literatura española medieval, leí las
respuestas que el escritor español había dado a Danubio Torres Fierro en 1980 y
que éste incluyó en su espléndido Contrapuntos (Taurus, 2016).
Contrapuntos, Taurus, México, 2016. |
En ese libro se reúnen conversaciones
con los más importantes escritores de las dos orillas de la lengua, de
García Márquez y Juan Carlos Onetti a Juan Benet y José Ángel Valente, pasando por Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Vargas Llosa, Bioy Casares y un largo etcétera. A
poco de entrevistar al entrevistador en mi programa de radio (A Pie de Página, IMER,
13 de febrero pasado), solicité a Danubio Torres Fierro autorización para
reproducir su conversación de hace casi cuarenta años con Goytisolo, a lo que él
accedió generosamente.
Me parece muy aleccionadora la
visión del exilio que expone el autor de Reivindicación
del conde don Julián, y suficientemente claras sus advertencias sobre el peligro
de tener el propio país como único horizonte. Donde dice España leamos México y
tendremos un diagnóstico certero de los costos del encierro y provincianismo
nacionales, que suelen ser gravosos especialmente para quienes tienen la tarea cotidiana de pensar e imaginar. Publico este fragmento
de la entrega sobre Juan Goytisolo como una suerte de retrasado “adelanto” del libro
de Torres Fierro, siempre con la idea de invitar a su lectura.
Contraportada de la edición mexicana de Señas de identidad. |
Pasado y presente de España
por Danubio Torres Fierro
Castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia,
latino en Norteamérica, nesrani en Marruecos y moro en todas partes, no
tardaría en volverme a consecuencia de mi nomadeo y viajes en ese espécimen de
escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías.
El conflicto familiar entre dos culturas fue el primer indicativo, pienso
ahora, de un proceso futuro de rupturas y tensiones dinámicas que me pondría
extramuros de ideologías, sistemas o entidades abstractas caracterizadas
siempre por su autosuficiencia y circularidad. La fecundidad de cuanto
permanece fuera de las murallas y campos atrincherados, el vasto dominio de las
aspiraciones latentes y preguntas mudas, los pensamientos nuevos e inacabados,
el intercambio y ósmosis de culturas crearían poco a poco el ámbito en el que
se desenvolverían mi vida y escritura, al margen de valores e ideas, menos
estériles que castradores, ligados a las nociones de credo, patria, estado,
doctrina o civilización.
He ahí una declaración de
principios por parte de Juan Goytisolo (1931). Muecas de desamor, ademanes
repelentes, alegoría de la mofa, orfandad transterritorial y un obstinado
retumbo recriminatorio. Una reivindicación de la singularidad y el radicalismo,
un elogio del exilio y de la errancia como fraguas liberadoras, de sello cuasi
ácrata, y un alegato en favor de una moral inclaudicante y una estética
bastarda. El despliegue de una bandería soberbia. Va de suyo que, en el
personal espacio de inquisición que Goytisolo dibujó a lo largo de su obra,
estas definiciones encajan como claves de bóvedas de una arquitectura
intelectual que muestra una continuidad empecinada y, a la vez, tornadiza. Si,
en sus primeros títulos, la mala conciencia social activó los mecanismos de la
creación y promulgó una formulación esquemática de la escritura, también amparó
una intensidad empática, que trasmitía al lector una experiencia de vida propia
y cercana, y en la que la mordedura de la culpa era alimento y estímulo.
Señas de identidad. Edición mexicana. |
Pues
bien: desde Señas de identidad
(1969), desde sus páginas finales, Goytisolo se pone a describir una aventura
que, si bien rompe con lo anterior, se le encadena de modo persuasivo,
resonador. Se procede, por etapas, a una serie de sustituciones sintomáticas.
Así, de los remordimientos porque los antepasados explotaran esclavos en una
Cuba remota (Señas de identidad), o
de la indignación ante una geografía dejada de la mano de los hombres (Campos de Níjar, 1959), se pasa a la
cólera por una expulsión secular que se conserva vigente (Reivindicación del conde don Julián, 1970), a la abjuración de unos
prejuicios sociales, políticos y sexuales a los que se descubre mentirosos (Juan sin Tierra, 1975) y a la repulsa furiosa
de la institución occidental (Makbara,
1980). Así, también, la visión ideológica gana complejidad, el universo
literario renuncia al documento y pega un salto al abismo, la oscura seducción
del andaluz se trasmuta en la del árabe…
Desde los últimos títulos, los que
aparecen entre 1970 y 1982, y hasta Las
virtudes del pájaro solitario, de 1988, se asiste a la fundación de un
nuevo estatuto literario que crece en forma orgánica, que recrea una polifonía
literaria abierta y circular, que apuesta por una dicción poética que solicita
la lectura oral y por una estructura salmódica que valoriza las diferentes
perspectivas. Libros ya contemporáneos de una España democrática, Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986), revisan
una trayectoria personal que, en el primero, es búsqueda de amor y refugio, y,
en el segundo, recalcitrante afán desmitificador. ¿Cabe decirlo? Las obras de
Juan Goytisolo son parte central de la literatura hispanoamericana.
Has persistido en tu exilio, que comenzó bajo la
dictadura de Franco y se prolonga hasta hoy, luego de que España ha hecho una
transición a la democracia. ¿Por qué?
Te voy a contestar con una
frase de José María Blanco White, un autor que —te consta— admiro. Él dijo,
hablando del exilio, que “es la bendición más señalada que he recibido en mi
vida”.
José María Blanco White. Fuente: Wikipedia. |
La frase, en su momento, me impresionó mucho y he procurado, desde
entonces, transformar lo que podía ser un castigo (la dificultad o la
imposibilidad de regresar al país, en una determinada época, como era la del
periodo franquista, o el hecho de que durante un lapso largo mi obra estuviese
prohibida) en una bendición. Es decir, traté de servirme de esa carencia, de
darle la vuelta y aprovecharla para lograr una connotación positiva. Así, y
para mí, y a partir de cierta fecha temprana, el exilio no ha sido un lamento
sino una fuerza vital cuyo impulso se ha prolongado después incluso de que
desapareció la causa que lo provocó. Yo podría haber regresado a España una vez
muerto Franco, es claro; pero, como lo dije en un texto que escribí la misma
noche en que él murió, esa muerte me llegó demasiado tarde. Era como recibir un
sí a una propuesta amorosa que se declaró una serie de años antes, cuando ya
estás enamorado de otra persona y eso sí carece de sentido.
¿Por qué, en tu caso, el exilio es una bendición?
La persona que vive fuera goza
de una ventaja enorme con respecto a su propia cultura que consiste, en primer
lugar y sobre todo, en ver la suya a la luz de otras culturas, en comparar su
lengua con otras lenguas, en advertir que la escala de valores consensuada por
su propia tribu es falsa. Me explico: cuando uno vive sumergido en un
determinado medio no tiene puntos de referencia con respecto a otros idiomas y
otras culturas, y lo que yo descubrí poco a poco fue que lo que en España —me
refiero al acontecer que se extiende desde el comienzo de la literatura
castellana hasta el siglo xx— a veces es considerado como muy importante era,
de hecho, una imitación de algo que ya existía fuera. En contrapartida, y
oponiéndose al convencionalismo de recibo, existía una serie de autores —medio
ocultados, medio enterrados— que eran de una originalidad absoluta y a los que
yo no les encontraba ningún equivalente en el ámbito europeo o, para llamarlo
de alguna manera, occidental.
Danubio Torres Fierro, autor de Contrapuntos, libro del que he tomado esta entrevista. Foto: Luis Humberto González, La Jornada. |
Háblame de algunos de esos casos.
El propio Blanco White, por
ejemplo, que fue el primero en advertir que nuestra literatura medieval (e
incluyo en ella obras como el Retrato de
la lozana andaluza) es infinitamente más rica que la llamada literatura del
Siglo de Oro. San Juan de la Cruz también ha sido un desconocido por lo menos
hasta fecha reciente, y la gente sistemáticamente ignoró —quizás porque fue un
santo y doctor de la Iglesia— su vida llena de sufrimientos y que su Cántico Espiritual no se publicó en
España sino en Francia y que no fue incluido en sus obras sino hasta muchísimos
años más tarde.
Tenemos el caso de Cervantes. Una obra como El Quijote fecundó la totalidad de la
nueva novela europea y sin ella no se conciben ni la narrativa francesa ni la
inglesa del XVIII. Y el único país en el que Cervantes no ejerció influencia
alguna (una influencia tan extrema, quiero decir, como la de Lope de Vega) fue
en España. También Góngora, recuérdalo, fue sepultado como ejemplo de mal gusto
hasta que lo desenterró la Generación del 27, y ese ocultamiento fue
escandaloso, porque él puede ser considerado, de cierta manera, nuestro James
Joyce. ¿Acaso el Paradiso de Lezama
Lima no proviene de la tradición inaugurada por Góngora?
Has vivido en Francia, en Estados Unidos y
también en el mundo árabe. ¿Hay en ese tránsito un alejamiento no sólo de la
cultura española sino, también, una suerte de distancia crítica frente a la
cultura europea occidental?
Yo estoy absolutamente en
contra de lo que se puede llamar nacionalismo y, en particular, nacionalismo
cultural, sobre todo cuando mira al pasado y fomenta lo privativo. No creo que
existan, en el ámbito del idioma español, una literatura guatemalteca o una
literatura cubana, una literatura argentina o una literatura española.
Juan Goytisolo. Fuente: Wikipedia. |
Yo me
siento —y te consta— mucho más cerca de algunos escritores del idioma que
pueden ser mexicanos o cubanos que de la mayor parte de mis compatriotas, lo
cual me hace ver la inanidad de las fronteras geográficas. Yo he sentido
también la necesidad, como has señalado en tu pregunta, de analizar la cultura
europea desde fuera, con los ojos de una cultura exterior a ella. Y, para mí,
la elección de la cultura árabe fue muy fácil por el papel histórico que ha
desempeñado en la formación de la cultura española. Por otra parte, fuera he
aprendido lo que se llama “curiosidad”, y eso ha sido muy importante, porque
los españoles somos, por regla general, muy poco curiosos y nos gusta cultivar
el “ombliguismo”. Para rematar, y a la vez para resumir, yo diría que una
cultura es la suma de las influencias exteriores que ha recibido; en el momento
en que deja de recibir esa influencia exterior, ese influjo excéntrico, esa
cultura muere.
Me acuerdo de que precisamente en la presentación
crítica que escribiste para la edición de la obra de Blanco White, que apareció
primero en México, hacías algunas consideraciones sobre España que eran muy
amargas. ¿Qué le cambiarías ahora a ese texto?
Tal vez la escribiría con menos
violencia porque, para bien, la historia de España ha variado en los últimos
años. Esa presentación la hice en un momento en que el cambio era posible pero
no se vislumbraba de una forma cercana. Agreguemos que, en el espacio de 15
años, la sociedad española se ha liberado, al menos en apariencia, de sus
estructuras mentales y de sus modelos de comportamiento tradicionales. Y no
olvidemos, por lo demás, que a partir de 1960, con esa capacidad de adaptación
que lo caracterizó, el franquismo sobrevivió gracias a los acuerdos militares
con Estados Unidos y a los aportes financieros de esos países europeos contra
los que tanto se nos prevenía en años anteriores.
Así, y de una manera radical,
también ella característica de los españoles, pasamos de una política de
“soberbio aislacionismo”, preconizado por el régimen, a la apertura de nuestras
fronteras para más de dos millones de españoles insatisfechos con razón de sus
condiciones de vida, y a la reorganización del gigantesco aparato de propaganda
franquista para satisfacer los imperativos y las exigencias de la nueva y muy
próspera industria turística. Poco a poco, gracias a la doble corriente de
emigrantes y turistas, de expatriados y extranjeros, España aprendió por vez
primera en su historia a trabajar, a viajar, a explotar comercialmente sus
cualidades y sus defectos, a asimilar los criterios de productividad de las
sociedades industriales. Un cambio de mentalidad tan brutal no se hizo, es
claro, sin contradicciones ni sacudidas. España quería observar el mismo
comportamiento que esa Europa que la visitaba todos los veranos sin contar,
para ello, con los medios y, sobre todo, con el entrenamiento social
indispensables.
¿Cómo se acomodó ese esquema histórico a la
transición política ocurrida a partir de 1976?
El periodo de transición
implicó la puesta al día de la sociedad nueva nacida durante el franquismo: la
recuperación de una palabra confiscada por el poder, la libertad política y
cultural, el abandono de tabúes y de normas tradicionales que acelera las mutaciones.
Adolfo Suárez. Fuente: Internet. |
Estos cambios hicieron de España (después de los sobresaltos de la
democratización audazmente emprendida por Adolfo Suárez) ese país
resplandecientemente nuevo (nuevos ricos, nuevos libres, nuevos europeos) que
ha optado por la modernidad extremosa a riesgo —y esto es fundamental
subrayarlo— de perder su memoria histórica y de ignorar la lucha intelectual y
la resistencia cultural y moral contra el nacionalcatolicismo de gran parte de
mis compatriotas. Así, y por eso mismo, a la España ya próspera pero muda del
final del franquismo le ha sucedido un país que recobró la palabra pero perdió
la memoria, que cierra desdeñosamente los ojos a los problemas del llamado
Tercer Mundo, que adopta frente a los gitanos y a los inmigrantes árabes una
actitud racista y que posee una receta infalible para ser más europeísta que
los europeos: norteamericanizarse más rápido que ellos, ser no ya moderno sino
—para usar la palabreja— posmoderno. Pero ahora, después de haber tirado la
casa por la ventana en los tres o cuatro últimos años, ha sonado la hora de la
verdad. ¿Seremos capaces de enfrentarnos a ella? [1980]
____________________
Gracias a Danubio Torres Fierro
por permitirme reproducir su entrevista con Juan Goytisolo. Gracias también a
Random House Mondadori y en especial a Mauricio Montes por las facilidades
para hacerlo de la mejor manera.
El retrato de Danubio Torres
Fierro es de Luis Humberto González y pertenece a La Jornada; lo tomo prestado de la red.
Foto: Lola García Zapico |
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