Durante las
últimas semanas he desempolvado casi todos los libros que tengo de (o sobre)
Machado. La última vez que anduve en este rincón de mi biblioteca (2007) leí Ligero de equipaje, la biografía de
Gibson… No, miento: Cuatro poetas en
guerra, del mismo autor (2011): los espantosos años de la guerra en las experiencias de Machado, Lorca,
Juan Ramón y Miguel Hernández.
Esta vez la incursión, que desde el principio se planteó como más ambiciosa, ha comenzado con la lectura del Juan de Mairena, que me gustó infinitamente más que la primera vez que lo leí, en 1984; y es que, ahora me doy cuenta, en el primer año en la carrera de Letras, cuando
Sebastián Lamoyi incluyó las “Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un
profesor apócrifo” en la bibliografía de su curso de Introducción a la
filosofía, no estaba yo preparado para un libro de esa naturaleza. Lo que
menos me ha atraído esta vez, por cierto, es justamente lo que tiene que ver
con las enseñanzas más "filosóficas" del profesor Mairena (Kant, Schopenhauer, Nietzsche…) que tanto interesaron al Machado adulto; en cambio, nada he dejado sin
aprovechar de cuanto afirma o ilustra o pone en duda sobre poesía, retórica,
tradición o sabiduría popular. Menos aun, nada de lo que tiene que ver con la
persona misma de Mairena, o la de su maestro Abel Martín, incluido lo
aparentemente menos profundo y más anecdótico. Es interesante darse cuenta de
que, en ciertos momentos, ya no sabemos quién es el que habla en las páginas del libro: si
Machado, o su maestro, o el maestro de éste… lo cual, en sí mismo, es un buen
ejemplo de qué es, de cómo funciona y para qué sirve la tradición. Ya prepararé un post con algunos de mis pasajes
preferidos.
En cuanto
acabé de leer los dos tomitos de Losada que están en mi poder desde hace treinta y dos años, me seguí de manera natural con la edición de Los complementarios –que, aunque no
tiene fecha escrita de mi mano, sospecho que aguardaba en mi
librero más o menos desde la misma época–.
No lo leí completo: salté de aquí para allá y me
detuve en lo que llamó mi atención; por ejemplo, en las antologías con las que
cierra aquel cuaderno que Machado fue escribiendo sin intenciones de que se
publicara (y del que leo que hay una edición facsimilar), y en las que el gran
poeta incluyó algunos poemas ajenos que le interesaba tener a mano. Sin duda lo
que más me gustó de Los complementarios
es la bella y utilísima página que motiva este post. Pero todavía antes de llegar a ella, terminaré mi pequeña
crónica del relato de mis nuevas andanzas por los andurriales machadianos, ya que
sigo en la deliciosa incursión; y es que estos días leo, por cierto también por
vez primera, el famoso libro de Bernard Sesé (también desde hace un siglo
en mis estantes), editado por Gredos, en dos tomos…
Si bien echo de menos la
crítica filológica a que me ha acostumbrado otro género de estudios (lo que primero
que viene a mi cabeza es, por supuesto, la Martha Canfield de La provincia inmutable), el estudio de Sesé ofrece una estupenda
revisión general de la vida y la obra del poeta sevillano: de los trazos generales
de su biografía, de cada uno de sus títulos de poesía, del teatro que escribió con
su hermano Manuel, de su largo romance “Las tierras de Alvargonzález”, de su
relación con los otros miembros de la generación del 98, del mismo Mairena… (y seguiré contando).
Pero
vayamos a esta entrega de Siglo en la
brisa. El recurso de la rima, uno de los que más me importan como lector de
poesía –y uno de los elementos esenciales de mi
manera de entenderla–, sufre de cuando en cuando el desprecio de los que nada
saben (esos “ignorantes soberbios”, como los llamó Lope, que mucho debió de
sufrirlos); aunque de pronto vengan a mi mente, no me dirijo a ellos al
reproducir los comentarios de Machado sobre la rima. La reflexión del poeta
sevillano forma parte de una reseña de un libro de Moreno Villa y aparece
cuando don Antonio destaca las virtudes como poeta de aquel maestro de casi todos nuestros maestros, que terminó sus días en
México.
(Ya en otra ocasión dediqué una entrada de Siglo en la brisa al artista malagueño y reproduje algunos pasajes de sus preciosas memorias; entre ellos, por cierto, precisamente, uno que evoca a Machado: la liga, al calce). No sólo me gusta lo que dice el poeta de Campos de Castilla acerca de la rima, la cual, en sus bellísimas palabras, está hecha de recuerdo y sensación, y sirve para darnos “la emoción del tiempo”; no menos que eso, lo que dice de la asonancia: las razones por las que es más hermosa (y más hispánica, por cierto) que la rima de vocales y de consonantes. Al final de este texto, Machado pide perdón por haberse alargado una página para analizar esa “forma”. Nosotros se lo agradecemos. Yo, de paso, aprovecho para adherirme fervientemente a lo que dice en ella.
(Ya en otra ocasión dediqué una entrada de Siglo en la brisa al artista malagueño y reproduje algunos pasajes de sus preciosas memorias; entre ellos, por cierto, precisamente, uno que evoca a Machado: la liga, al calce). No sólo me gusta lo que dice el poeta de Campos de Castilla acerca de la rima, la cual, en sus bellísimas palabras, está hecha de recuerdo y sensación, y sirve para darnos “la emoción del tiempo”; no menos que eso, lo que dice de la asonancia: las razones por las que es más hermosa (y más hispánica, por cierto) que la rima de vocales y de consonantes. Al final de este texto, Machado pide perdón por haberse alargado una página para analizar esa “forma”. Nosotros se lo agradecemos. Yo, de paso, aprovecho para adherirme fervientemente a lo que dice en ella.
por Antonio
Machado
[…]
Repararemos
en que esta composición está rimada, y en asonante, rima trivialmente llamada
imperfecta. La rima –ce bijou d’un sou,
de que hablaba Verlaine [en la foto de abajo]– no es, ya lo sabemos, un elemento esencial de la
lírica. No lo es, porque puede prescindir de ella. Pero siempre a condición de
sustituirla por algún otro elemento rítmico que haga sus veces.
Esto quiere decir que comparte con otros medios el ejercicio de una función esencial: poner la palabra en el tiempo, y no en el tiempo matemático, que es un mero concepto abstracto, sino en el tiempo vital; darnos la emoción del tiempo. No es la rima –exactamente hablando– una repetición de sonidos. Lo que da la rima en cada momento de la rima es el encuentro de un sonido y el recuerdo de otro, elementos distintos y, acaso, heterogéneos, porque el uno pertenece al mundo de la sensación y el otro al del recuerdo. Con la rima estamos dentro y fuera de nosotros mismos. El artificio de la rima es una creación tardía, pero admirable, que sólo una grosera ignorancia puede desdeñar. Se dirá que la rima, por su carácter iterativo, constituye, en la música del verso, el esquema fónico permanente. Y esto es verdad, a medias.
Esto quiere decir que comparte con otros medios el ejercicio de una función esencial: poner la palabra en el tiempo, y no en el tiempo matemático, que es un mero concepto abstracto, sino en el tiempo vital; darnos la emoción del tiempo. No es la rima –exactamente hablando– una repetición de sonidos. Lo que da la rima en cada momento de la rima es el encuentro de un sonido y el recuerdo de otro, elementos distintos y, acaso, heterogéneos, porque el uno pertenece al mundo de la sensación y el otro al del recuerdo. Con la rima estamos dentro y fuera de nosotros mismos. El artificio de la rima es una creación tardía, pero admirable, que sólo una grosera ignorancia puede desdeñar. Se dirá que la rima, por su carácter iterativo, constituye, en la música del verso, el esquema fónico permanente. Y esto es verdad, a medias.
En efecto,
uno de los oficios de la rima es hacernos sentir, por contraste, el fluir de
los sonidos que pasan para no repetirse. Pero la rima que, con relación a los
elementos irreversibles del verso, acentúa su carácter de permanencia, no es
por sí misma ni rígida, ni uniforme, ni permanente… Es un cauce, más que una
corriente; pero un cauce que, a su vez, fluye. Complicando sensación y memoria
contribuye a crear la emoción temporal sine
qua non del poema. Moreno Villa acostumbra a rimar y muestra cierta
predilección por el asonante. El asonante –tan propio de nuestra métrica– tiene
ciertas ventajas sobre la llamada rima perfecta. El culto a la dificultad de
todo negro catedrático ha contribuido al mayor prestigio del consonante. Pero
la dificultad no tiene, por sí misma, ningún valor estético. Difícil es
ciertamente, dar a una estrofa la estructura del soneto; no tanto, sin embargo,
como romper un adoquín con los dientes. Entre las excelencias de la rima
aconsonantada sólo los papanatas pueden incluir su dificultad. Tampoco he de
señalar como excelencia de la asonante su escaso artificio. (Terminar asonante.)
La rima asonantada es una atenuación de la rima que permite la repetición
indefinida, de las mismas vocales, acompañadas de diversas articulaciones.
Cuando se la emplea tal como cristaliza en nuestros romances: sin la bárbara y
caótica mezcla de asonancias distintas y con la doble serie de versos libres y
rimados alcanza, por sí misma, un cierto encanto. Esa asonancia continuada –cuya
monotonía es sólo aparente– contribuye en nuestro Romancero –épica
rememorativa–, a acentuar el sentimiento del tiempo, lo que en el epos castellano
es, realmente, lírica.
Como toda rima, no contiene el romance sino el repetido encuentro de un sonido con su imagen fónica, pero la iteración periódica de las mismas vocales va reforzando en la memoria la serie de fonemas pasados y nos da en cada momento de la rima una sensación nueva que se destaca sobre recuerdos de tonalidad y tensión distintas. Si la poesía es, como yo creo, palabra en el tiempo, su metro más adecuado es el romance, que canta y cuenta, que ahonda constantemente la perspectiva del pasado, poniendo en serie temporal hechos, ideas, imágenes, al parque avanza, con su periódico martilleo, en el presente. Es una creación más o menos consciente de nuestra musa que aparece como molde adecuado el sentimiento de la historia y que, más tarde, será el mejor molde de lírica, de la historia emotiva de cada poeta.
No es extraño que nuestra lírica llegase con Gustavo Adolfo Bécquer –único lírico del ochocientos [en la imagen de la derecha]–, a una marcada predilección por el asonante y que, después, el archimélico Juan Ramón Jiménez, nos diese tantos inolvidables romances sentimentales.
Como toda rima, no contiene el romance sino el repetido encuentro de un sonido con su imagen fónica, pero la iteración periódica de las mismas vocales va reforzando en la memoria la serie de fonemas pasados y nos da en cada momento de la rima una sensación nueva que se destaca sobre recuerdos de tonalidad y tensión distintas. Si la poesía es, como yo creo, palabra en el tiempo, su metro más adecuado es el romance, que canta y cuenta, que ahonda constantemente la perspectiva del pasado, poniendo en serie temporal hechos, ideas, imágenes, al parque avanza, con su periódico martilleo, en el presente. Es una creación más o menos consciente de nuestra musa que aparece como molde adecuado el sentimiento de la historia y que, más tarde, será el mejor molde de lírica, de la historia emotiva de cada poeta.
No es extraño que nuestra lírica llegase con Gustavo Adolfo Bécquer –único lírico del ochocientos [en la imagen de la derecha]–, a una marcada predilección por el asonante y que, después, el archimélico Juan Ramón Jiménez, nos diese tantos inolvidables romances sentimentales.
También en
la lírica de Moreno Villa, este fino cantor malagueño, es la rima asonante un signo de honda significación.
Por eso me detenido –acaso más de la cuenta– en el examen de esta forma. En las
composiciones más bellas de Moreno Villa, más claras de ambiente, más directas
de forma y más emotivas, suele aparecer la forma romanceada. Pero dejemos esto,
para adentrarnos algo más en la obra de Moreno Villa.
[…]
(Tomado de Los complementarios. Edición de Manuel
Álvarez. Ediciones Cátedra, pp. 103-105.)
______________
Tomo de internet las imágenes que ilustran este post. El celebérrimo retrato de Machado, que sirve de portada a la biografía de Ian Gibson, y que muestra al poeta en el Café de las Salesas de Madrid el 8 de diciembre de 1933, es de Alfonso; el de Verlaine es de Otto Wegener; la imagen de Moreno Villa es un Autorretrato, de 1938; la foto de Bécquer, que fue tomada en el estudio de Ángel Alonso Martínez (y Hermano) en 1864, es una de las escasas que hay del romántico sevillano.
Más sobre Antonio Machado en este blog:
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Más sobre José Moreno Villa en Siglo en la brisa (incluye un retrato escrito de
Machado): http://bit.ly/232fwLo
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