Cuando era joven, me llamaba la atención que los poetas españoles compararan
con limones los pechos de las mujeres. En un poema de Cal y canto, por ejemplo, Rafael Alberti escribe:
Rubios, pulidos senos de Amaranta
por una lengua de lebrel limados,
pórticos de limones, desviados
por el canal que asciende a tu garganta. (1)
Por su parte, García Lorca se refiere al árbol del limón como “un nido
/ de senos amarillos”, y también como “senos donde maman / las brisas del mar”
(2). Miguel Hernández va más
allá y alrededor del limón y su resonancias eróticas construye este soneto que
no necesita comentario —y del que sólo quisiera resaltar la belleza del encabalgamiento
del segundo cuarteto (me refiero a lo que sucede en la estrofa segunda, en la que
el sujeto de la oración, que es “mi sangre”, no aparece sino hasta el tercer
verso):
Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano rápida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.
con una mano rápida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una desvelada calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
dulce pasó a una desvelada calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi torpe malicia tan ajena,
que te produjo el limonado hecho,
a mi torpe malicia tan ajena,
se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena. (3)
La comparación me desconcertaba porque, al menos por regla general, en
México los limones son frutos que mientras más pequeños sean, más ácido, concentrado
y agradable resultará su sabor. Por encima de los simbolismos amorosos asociados
desde antiguo con las virtudes del limón, en este país es difícil que alguien se
anime a hacer una comparación de esa naturaleza.
Todo se resolvió cuando anduve por aquellas latitudes: en España los
limones caben mal y apenas en una mano tendida y hasta rematan en una punta
poco menos que inquietante.
La definición que ofrece el diccionario de la Real
Academia de la Lengua (y que dice que la palabra procede “del árabe laymūn, ésta
del persa limu y ésta del sánscrito nimbū”),
no deja de incluir una medida, por cierto bastante precisa: el fruto del
limonero, que tiene forma ovoide, mide unos diez centímetros en el eje mayor y
unos seis en el menor.
Por si fuera poco, presenta un pezón saliente en la base y tiene corteza
lisa, arrugada o surcada según las variedades. Con frecuencia, sigue diciendo el
diccionario, es de color amarillo, pulpa amarillenta dividida en gajos,
comestible, jugosa y de sabor ácido. De acuerdo con el españolismo
característico de la Real Academia, el diccionario describe a detalle los
limones ibéricos sin dejar siquiera un margen que nos permita suponer que en
algún otro rincón del orbe hispánico pueda haber otros frutos que también se
llamen de esa manera —y que a nadie se le ocurriría comparar con los pechos de
una mujer.
Keith Whinnom, experto en la poesía de los tiempos de los Reyes
Católicos, señaló la identificación entre los pechos y los limones en la lírica
española más antigua, según recuerda el profesor de la Universidad Autónoma de
Barcelona, Bienvenido Morros (4). Hay un hermosísimo poema antiguo que juega
con esa identificación. Es tan breve que vale la pena copiarlo entero, cosa que
hago de la colección de lírica tradicional de Margit Frenk, en la que ocupa el
número 76 (5). La investigadora mexicana informa que el poema proviene de Tres libros de música en cifra para vihuela
(Sevilla, 1546) de Alonso Mudarra:
—Gentil caballero,
dédesme hora un beso,
siquiera por el daño
que me habéis hecho.
dédesme hora un beso,
siquiera por el daño
que me habéis hecho.
Venía el caballero,
venía de Sevilla,
en huerta de monjas
limones cogía,
venía de Sevilla,
en huerta de monjas
limones cogía,
y la prioresa
prenda le pedía:
—Siquiera por el daño
prenda le pedía:
—Siquiera por el daño
que me habéis hecho.
Leamos lo que dice el profesor Morros: “El caballero sevillano, como
muchos de los ‘saltaparedes’ documentados en la época, parece haberse
introducido en un huerto de monjas, cuyos pechos (limones) debe de haber tomado
o besado; y la prioresa […] le exige
un beso como prenda o regalo a cambio de los estragos que el caballero ha
causado en el convento”. Por cierto, una nota en el mismo texto ofrece una
etimología de limón distinta a la académica: según el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias, “este vocablo
quieren algunos que sea griego, de leimon,
onos, que significa el ‘prado’ en razón a su verdura, y el limón es árbol
que está siempre verde, y su fruta”.
Viviendo en España no tardé en descubrir una pintura que me reveló el
significado pleno de la equiparación entre los pechos y los limones.
Libresco como es uno, sin embargo, la primera vez que la vi no fue en
un museo y ni siquiera en una publicación especializada en artes plásticas,
sino en la portada de un libro: Bajo el
sol jaguar de Italo Calvino editado por Tusquets —en el que aparece, por
cierto, aquel relato que sucede en Oaxaca y relaciona el amor con la antropofagia—.
Pero en aquella portada no se aprecia sino el pormenor principal del cuadro: un
día lo vi reproducido en una postal en venta y desde entonces lo tengo a la
vista.
Pintado en 1928 por el artista andaluz Julio Romero de Torres, el óleo
lleva por título “Naranjas y limones”. Una bellísima morena, de ojos profundos,
aparece desnuda de la cintura para arriba y en los brazos sostiene… sólo
naranjas. Los limones se dan por añadidura.
(1) Alianza Editorial, Libro de Bolsillo, Madrid, 1981, pág. 12.
(2) El poema se llama “Limonar” y pertenece a la serie “El jardín de
las morenas”, Obras completas,
Aguilar, 1963, pág. 591. [Gracias por el dato al poeta Armando González Torres]
(3) De El silbo vulnerado,
en Poesía, Presencia Latinoamericana,
1981, pág. 195.
(4) El texto del profesor Morros, de la Universidad Autónoma de
Barcelona, está en http://bit.ly/Z1fAti
(5) Margit Frenk Alatorre. Lírica
hispánica de tipo popular. Colección Nuestros Clásicos, UNAM, primera
edición, México, 1966.
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Este texto apareció en el número del mes pasado de la
revista Algarabía.
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